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En una incursión a Tula Spa, del Cercado de Lima, y una visita a Satori Spa, de San Borja, encontramos dos ofertas ideales para todo tipo de carácter y bolsillo. Si le gusta escuchar salsa mientras lo (a) maquillan o si prefiere oír a Mozart, ya sabe a dónde ir a ponerse bonito(a) después de leer esta nota.
Una salsa de Eddie Santiago suena a todo volumen dentro del spa de Tula Rodríguez. El dial de la radio portátil marca el 106.3, de Radiomar Plus. Sobre el mostrador llama la atención una copa con varios limones remojados en agua y cuatro palitos de canela. “Los limones son para alejar la mala vibra y la canela para atraer a la clientela”, dice Blanca Salas (42), administradora del local ubicado en el número 325 de la avenida Abancay, en el centro de Lima. Una de las estilistas lleva en sus manos un plato de arroz con pollo. “Es nuestra hora de almorzar”, se disculpa al pasar por la estrecha salita de los empleados. Suena el teléfono. “¿Aló, Tula Spa?”, contesta la recepcionista. Entonces llega una madre de familia vestida como si se fuera a una fiesta. Quiere que le tatúen las cejas, que le delineen los párpados y los labios. “Todo le sale a precio de paquete”, responde Tula Rodríguez, quien confiesa sentirse orgullosa de ser la dueña de un spa popular.
“Empezamos haciendo solo las manitos y los pies, pero como nuestros clientes nos pedían limpieza de cutis, exfoliaciones corporales y masajes decidimos crecer”, explica Tula mientras le planchan el cabello. Otra clienta ingresa al local. De la mano tiene a su hijita que no deja de mirar con asombro las gigantografías de la ex bailarina. “¿A cuánto la exfoliación de los pies?”, pregunta agotada.
Caminar por horas en el Mercado Central la ha dejado con los pies adoloridos. Tula intenta convencerla de que se haga la pedicure con diseño: “Por fiestas hacemos muñecos de nieve, arbolitos de Navidad, bastones, botitas de Papá Noel y lazos. Ahora que estamos en temporada de verano tenemos playas, piscinas y flores”, sugiere.
En el salón de los peinados está Clara Flores Quispe, de 37 años. Acaba de ponerse uñas acrílicas y tatuarse las cejas y los párpados. Todo por 240 soles. Esta noche tiene la fiesta de promoción de Deysi, su hija de 16. “Vine por primera vez a cortarme el cabello y me gustó”, comenta. Clara es vendedora de zapatos en el Mercado Central del Callao y viene desde su casa en Santa Anita para atenderse.
¿Qué es lo que más le gusta del spa? “Además del buen servicio, el trato. No es como en otros lugares. Aquí nadie te mira mal por ser comerciante”, responde mientras nos enseña lo bonito que le han quedado los pies. “Aquí no discriminamos a nadie por el color de piel, menos por el tamaño de su billetera. Para Tula Spa todos somos iguales. Puede venir quien quiera, va a ser igual de bien atendido. No importa si tienes honguitos”, asegura quien en sus tiempos de vedette le daba vergüenza asomarse por un spa. “Es por eso que mi decoración es muy sencilla. ¿A ti no te ha pasado que vez un restaurante que parece pituco y te intimida preguntar si venden menú?”, dice.
¿Qué es lo más loco que ha sucedido en tu local? “Teníamos una novia que no dejaba de llorar mientras la maquillaban. Todos le preguntábamos: ‘¿estás bien?’, pero no decía nada. De pronto, llegó un tipo gritando: ‘Por esto te casas’ y en eso tiró fajos de plata al suelo. ¡Todas nos quedamos mirando, parecía una novela! La novia salió corriendo detrás del tipo y por supuesto la estilista detrás de la novia”, cuenta entre risas. El estilista Víctor Alarcón asegura que hay clientes que un día vienen con la “firme” y al siguiente con la “trampa”. “Son unos perros”, comenta. Tula no puede con su genio y mientras se come unos chizitos que también son parte de su servicio recuerda: “En el local de la avenida Canadá entró un pata con una chica y nos dijo: ‘Lo que ella quiera, yo lo pago’.
Entonces la empezamos a peinar y a maquillar, cuando de repente entró una mujer que dijo: ‘¡Así te quería encontrar!’. ¡Era su esposa!”. Las clientas que escuchan lo ocurrido ríen.
Lupe Calderón, una mujer de 40 años que trabaja como secretaria en el Poder Judicial, nos pide que le tomemos una foto con su celular. “¿Qué tal te han atendido? Aprovecha que hay prensa”, le interroga la artista. “Todo 20 puntos”, responde contenta.
En una habitación del spa se ha quedado dormida Teresa Calderón, de 55 años. Le están haciendo una limpieza facial. “Ahorita estoy masajeando con la máquina de alta frecuencia para atenuar las arrugas”, explica Lucy Quintana, cosmiatra y, además, hermana mayor de la artista. El salón está reventando de gente. Por verano uno de los tratamientos de belleza más solicitados es la depilación de ingle. “Hacemos la brasileña, la línea de bikini, pero también iniciales, flores, flechas, estrellas, corazones”, ofrece Tula mientras observa una de las 14 cámaras de seguridad instaladas en el local. Este año intentaron robar dos veces.
¿Qué pasó? “¿Has escuchado hablar de la justicia popular? ¡Los linchamos! Le tiramos agua de pies, le cortamos el pelo con bisturí”, responde.
Jessica Ávila, masajista oficial del spa, aprovecha nuestra presencia para denunciar haber sido víctima de propuestas indecentes. Hace unos meses un joven se desnudó y se recostó boca arriba para que le hiciera un masaje. “Amiga, he pagado por el servicio completo”, le habría dicho. “¡Creen que esto es una casa de citas! ¡Puro viejo verde!”, reniega.
Un spa oriental
Una melodía japonesa nos invita a pasar al exclusivo Satori Spa ubicado en la cuadra 36 de la avenida Javier Prado Este. “Bienvenidos”, hace una reverencia Fiorella Zevallos, encargada de marketing. Lleva el cabello amarrado y viste un uniforme sobrio de color mostaza. Sobre el mostrador no hay elefantes ni gatitos de la suerte. Solo un par de volantes con las promociones de fin de año y algunas fragancias con olor a limón, geranio, jazmín, bergamota y lavanda.
“Para las personas estresadas recomiendo el aceite de bergamota, que tiene propiedades energizantes; para los que buscan relajarse, sin lugar a dudas, está la manzanilla; y para las parejas el aceite de canela. Está comprobado que despierta la sensualidad”, comenta la especialista Lida Pardavé Reyes.
Un cliente acaba de llegar en su camioneta 4×4. La recepcionista se encarga de darle la llave de su casillero donde podrá guardar su ropa y todos sus objetos personales. Luego le entrega una bata y unas sandalias para que pueda pasearse cómodo en cualquiera de las instalaciones. Le pedimos una entrevista, pero Fiorella sugiere, muy amable, que mejor no nos acerquemos a sus asiduos clientes que solo vienen a relajarse. No insisto. Una vez dentro, compruebo que en cada una de las cabinas de masajes uno puede elegir el tipo de música que desea escuchar: jazz, piano clásico, sonidos de la naturaleza. El local pareciera una copia de una villa japonesa en la que los bambúes y abanicos de geisha son parte del diseño. A falta de un cliente que quiera ser retratado por nuestro lente, la modelo Mayra Gaspar Pérez, de 26, es acreedora de un tratamiento para pies con ozono. “En verano las sandalias tienden a desgastar las plantas de los pies y aparecen los famosos callos. Este método tiene un alto poder antiséptico y desinflamante”, explica.
Pasados los 40 minutos de relax nos dirigimos a la cámara de masajes que huele a limón. La modelo se recuesta sobre la camilla y así empieza el tratamiento integral. “Básicamente alivia tensiones y mejora la circulación”, comenta Lida. Para los más tensos está el geotermal (a base de piedras calientes) que activa los centros energéticos del cuerpo, elimina toxinas, mejora la ansiedad, alivia los problemas circulatorios como la depresión y la migraña. Una mano nerviosa toca mi hombro. Es la gerente de marketing apurando la visita. Una cliente quiere ingresar a la cámara de vapor y no necesariamente se siente relajada con nuestra compañía.
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